Esta semana es la de los Presupuestos Generales del Estado, por encima de cualquier otra noticia política. El viernes el Gobierno dará a conocer un proyecto que terminará trámite parlamentario entrado el mes de junio, justo a la par del momento en el que, de nuevo, el Gobierno iniciará los trabajos para redactar los del año 2013. Los presupuestos para este año son necesario no sólo para ordenar el gasto, sino para mostrar la determinación de nuestro país en tomar las riendas de una situación complicadisma.
El viernes habrá cifras pero sobre todo habrá cambios muy relevantes en las dinámicas de gasto que nos han traído hasta aquí. Ayer Rajoy anunciaba una reducción en el 15% de las disponibilidades de los ministerios, y se debería comenzar por reconocer que la cifra es completamente aceptable. ¿No han reducido muchas familias y empresas su gasto en cantidades mucho mayores? Lamentablemente, parte de la herencia socialista es un país habituado al soma del gasto público, un gasto al que hay que poner límites de manera urgente.
La palabra de moda es "recorte". Políticos y tertulianos la utilizan una y otra vez, como si presupuestar fuera sólo recortar más o recortar menos. En realidad, lo más importante del hecho de presupuestar es saber establecer los límites de hasta donde llega el imperio de lo público y cual es el espacio genuino que corresponde a la iniciativa civil. Pero además, a tantos como hablan de recortes habría que preguntarles cual es la alternativa a la obligación de domeñar el ingente gasto público en el que nos hemos instalado. ¿Cual es el plan B? ¿Seguir viviendo a crédito, carísimo crédito? ¿Volver a pedir otros 90.000.000.000 euros, como pasó en 2011, para sufragar lo que deberíamos estar financiando de forma más razonable?
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