Al menos hay una coincidencia: la reforma laboral es una condición necesaria pero no suficiente para que se cree empleo. En sí misma no reactiva la economía. Pero sin un cambio profundo en las actuales normativas no será posible que todo empleo potencial acabe siendo un empleo real.
Constato que para un buen trozo de la opinión pública ha vuelto la lucha de clases. El empresario es abusón por naturaleza, y el trabajador está a merced de su tiranía. El empresario es rico y el trabajador pobre. Hay incluso quienes han llegado a hablar de esclavismo, cuando en España al igual que en el resto de Europa tenemos, afortunadamente, una constelación de normas que protegen derechos (tiempo de trabajo, salario mínimo, salud laboral, representación sindical, sanidad, derechos pasivos, etc.). Hace unos meses, en un viaje a Estados Unidos me explicaban que ahí aplicaban una norma sencilla: igual que el trabajador puede decidir dejar su trabajo cualquier día, el empresario puede prescindir de él de igual manera. Lo que está regulado por estos lares es bastante diferente, y nadie discute la necesidad de proteger al trabajador como la parte más vulnerable de la relación. Reformar es mirar hacia adelante. Un empresario que contrata adquiere un activo -el trabajador que contribuye a la creación de valor- pero también un pasivo -unas cargas presentes o futuras que pueden condicionar, por inciertas, su decisión-. Lo que ahora se ha hecho es reducir algo esta incertidumbre, esos costes ocultos que actúan como contra-incentivos para la contratación. Así es más fácil conciliar el interés de quien quiere contratar y de quien quiere ser contratado. Reformar es no conformarse con lo que hay. En España, más de 5 millones de parados.
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