Según datos del INE, el PIB de Navarra está algo por encima de los 18.000 millones de euros. Todavía no conocemos en que va a consistir la subida de impuestos anunciada por Zapatero –de momento sólo se ha lanzado una colección estupefaciente de globos-sonda relativos a todas las modalidades impositivas- pero sí se ha anticipado que la nueva imposición supondrá al menos el 1,5% del PIB. El cálculo consecuente es sencillo. Los navarros pagaremos, como poco, 270 millones de euros más en impuestos cada año venidero. Son, para no perder la perspectiva, 45.000 millones de pesetas. Pero para no perder tampoco la perspectiva histórica, es la mayor subida impositiva que hayamos sufrido nunca los navarros. De golpe, sin anestesia. Un matemático asalto al bolsillo.
Subir los impuestos en época de recesión es una barbaridad. Supone de facto hacer que las economías familiares pierdan capacidad adquisitiva, retraigan el consumo y con ello dañen la producción industrial y de servicios. Es la medida más contraindicada en plena crisis. Pero es la única que se les ocurre a quienes tienen como fundamental pieza de su repertorio el incremento de gasto público, sea en Moncloa o en Carlos III.
Porque las cosas no son muy diferentes en un sitio que en otro. Ambos gobiernos, el navarro y el de España, han despreciado cualquier petición de austeridad que se les haya hecho. Ambos soportan el mayor organigrama de sus respectiva historias, el mayor número de vicepresidentes y ministros / consejeros. Ambos desafían prepotentemente la lógica que impone a las familias y empresas restringir sus dispendios en tiempos de crisis. Ambos sólo entienden la función de gobernar como la mera generación de gasto y actividad recurrente. Ambos son de mirada corta, mediocres e incapaces de comprometerse en cualquier esfuerzo que les pueda costar la más mínima micra de impopularidad.
El estrambote lo acaba de poner en Navarra el consejero Miranda, una auténtica deshonra para la saga de buenos consejeros en la materia que años atrás le antecedieron, los Asiain, Jiménez y Aracama (y ahí debemos parar). Ahora Miranda habla de que hay que acordar con el PSN un horizonte de estabilidad para las cuentas públicas porque “si no ponemos rigor hoy, habrá graves problemas en el futuro”. Lo dice el mismo día en que reconoce que el déficit corriente del año pasado superó los 200 millones de euros. Lo dice quien planea nuevo endeudamiento para el año próximo por otros 500 millones de euros. Lo dice quien ha expresado su deseo de endeudarse “hasta el límite que nos permitan”, y ha reclamado el aumento de ese techo. Lo dice quien la semana pasada afirmaba que reducir consejerías era el chocolate del loro del presupuesto. Lo dice un frívolo “bien mandao”, alguien que tácitamente ya reconoce la razón que teníamos quienes dijimos hace meses que el problema de viabilidad política de Navarra era el propio problema de la insolvencia de sus cuentas públicas.
Pero además, oiga, ¿qué es eso que ustedes llaman gobernabilidad? A poco más de un año de que finalice la legislatura, ahora reconocen que no han hecho lo más importante. Unos y otros sólo se dedicaron a jugar con la poltrona.
Subir los impuestos en época de recesión es una barbaridad. Supone de facto hacer que las economías familiares pierdan capacidad adquisitiva, retraigan el consumo y con ello dañen la producción industrial y de servicios. Es la medida más contraindicada en plena crisis. Pero es la única que se les ocurre a quienes tienen como fundamental pieza de su repertorio el incremento de gasto público, sea en Moncloa o en Carlos III.
Porque las cosas no son muy diferentes en un sitio que en otro. Ambos gobiernos, el navarro y el de España, han despreciado cualquier petición de austeridad que se les haya hecho. Ambos soportan el mayor organigrama de sus respectiva historias, el mayor número de vicepresidentes y ministros / consejeros. Ambos desafían prepotentemente la lógica que impone a las familias y empresas restringir sus dispendios en tiempos de crisis. Ambos sólo entienden la función de gobernar como la mera generación de gasto y actividad recurrente. Ambos son de mirada corta, mediocres e incapaces de comprometerse en cualquier esfuerzo que les pueda costar la más mínima micra de impopularidad.
El estrambote lo acaba de poner en Navarra el consejero Miranda, una auténtica deshonra para la saga de buenos consejeros en la materia que años atrás le antecedieron, los Asiain, Jiménez y Aracama (y ahí debemos parar). Ahora Miranda habla de que hay que acordar con el PSN un horizonte de estabilidad para las cuentas públicas porque “si no ponemos rigor hoy, habrá graves problemas en el futuro”. Lo dice el mismo día en que reconoce que el déficit corriente del año pasado superó los 200 millones de euros. Lo dice quien planea nuevo endeudamiento para el año próximo por otros 500 millones de euros. Lo dice quien ha expresado su deseo de endeudarse “hasta el límite que nos permitan”, y ha reclamado el aumento de ese techo. Lo dice quien la semana pasada afirmaba que reducir consejerías era el chocolate del loro del presupuesto. Lo dice un frívolo “bien mandao”, alguien que tácitamente ya reconoce la razón que teníamos quienes dijimos hace meses que el problema de viabilidad política de Navarra era el propio problema de la insolvencia de sus cuentas públicas.
Pero además, oiga, ¿qué es eso que ustedes llaman gobernabilidad? A poco más de un año de que finalice la legislatura, ahora reconocen que no han hecho lo más importante. Unos y otros sólo se dedicaron a jugar con la poltrona.
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