Hace justo un año me vi inmerso en la vorágine que supuso la decisión de Miguel Sanz de romper el pacto que UPN mantenía con el PP. Debió ser por estas fechas cuando recibí una llamada amenazante en la que se me increpaba por la actitud que tomé, la de la defensa de un modelo político que sólo había traído cosas buenas para partido en el que entonces militaba. Me ahorro decir quien era el interlocutor, para que nadie diga que desvelo conversaciones supuestamente privadas. Pero sí interesa recoger ahora algo de lo que escuche, entre aquella sarta de imprecaciones. Se me incriminaba por no entender en qué consistía el cambio estratégico decidido por Sanz, y de estar arruinando la posibilidad de generar un nuevo modelo político de la mano del Partido Socialista. Y se me espetó que el problema no era aprobar unos determinados presupuestos en Navarra -a esas alturas de la legislatura, algo ya zanjado- sino facilitar la racionalidad para todos los demás asuntos legislativos. Y se me citó expresamente la posible modificación de la ley del vascuence, que se acababa de presentar desde IU. “A mi lo que me importa es que no nos jodan cada vez que se presente algo al Parlamento. Por eso necesitamos todos los días al Partido Socialista, y así será en cualquier futuro que imaginemos. ¡Te quieres cargar la posibilidad de que establezcamos un pacto de gobernabilidad para los próximos 50 años! ¡Te quieres cargar el futuro de Navarra!”.
Juro que no exagero, juro que recuerdo textual la afirmación. 50 (cincuenta) años. Pensé aquel día que al cabo de ese tiempo probablemente la democracia representativa debería haber cambiado lo suficiente como para que las actitudes caciquiles no pudieran apropiarse de las decisiones libres de los ciudadanos. Incluso los parlamentos acabarán siendo prescindibles dentro de medio siglo, creo, y quienes entonces vivan verán una democracia verdaderamente directa. Pero aquel que me acusaba de arruinar tanto apacible futuro seguro que en realidad pensaba que su actitud prepotente y opaca sería la norma política de cualquier tiempo que nos esperara.
Acabamos de ver que aquellos pretendidos 50 años no han sido ni siquiera 50 semanas. Quien facilitó en el Parlamento de Navarra la modificación de la ley del vascuence fue el Partido Socialista. Era quien decidía. Sólo de él dependía. El mismo Partido Socialista que recibió hace poco el mayor pago que podría imaginar para, supuestamente, dejar que Sanz gobernara sin sobresaltos lo que quedaba de legislatura. La legislatura del gran fracaso político del todavía presidente. Ni por esas. El PSN perpetró bajo su exclusiva responsabilidad la toma en consideración de una norma que sólo va a servir para que los contribuyentes subvencionemos en mayor medida la penetración ideológica que se apoya en el euskera. Justo lo que se me dijo que se podría evitar pagando el precio de la traición a los compromisos que nos eran inherentes a quienes hasta hace un año componíamos UPN.
En medio del fárrago aparece un providencial e ingenuo CDN, mera figura de atrezzo en la sordidez de esta obra. El show de llevar al Parlamento los decretos de cese de los consejeros convergentes –propio de una república bananera, todo sea dicho- distrae la atención de lo principal. Lo que se supone que correspondía al momento era mandar a esparragar a los socialistas, los verdaderamente decisorios en la votación. No ocurrirá. Jiménez seguirá siendo quien tome las decisiones importantes y marque la pauta política de una Navarra que se arruina económicamente, se depaupera políticamente y carece de una opinión pública lo suficientemente tajante como para parar tanta sandez. Quienes se parapetan tras las llamada gobernabilidad lo hacen para encubrir cualquier cosa y para no comprometerse con la decencia intelectual y actitudinal que la política debería merecer. Gobernabilidad es modificar la ley del vascuence, no saber qué hacer con los presupuestos, ofrecer espectáculos bananeros y mantener al ejecutivo en una crisis permanente de mediocridad. La gobernabilidad eres tú, Roberto. La gobernabilidad eres tú, Miguel.
Juro que no exagero, juro que recuerdo textual la afirmación. 50 (cincuenta) años. Pensé aquel día que al cabo de ese tiempo probablemente la democracia representativa debería haber cambiado lo suficiente como para que las actitudes caciquiles no pudieran apropiarse de las decisiones libres de los ciudadanos. Incluso los parlamentos acabarán siendo prescindibles dentro de medio siglo, creo, y quienes entonces vivan verán una democracia verdaderamente directa. Pero aquel que me acusaba de arruinar tanto apacible futuro seguro que en realidad pensaba que su actitud prepotente y opaca sería la norma política de cualquier tiempo que nos esperara.
Acabamos de ver que aquellos pretendidos 50 años no han sido ni siquiera 50 semanas. Quien facilitó en el Parlamento de Navarra la modificación de la ley del vascuence fue el Partido Socialista. Era quien decidía. Sólo de él dependía. El mismo Partido Socialista que recibió hace poco el mayor pago que podría imaginar para, supuestamente, dejar que Sanz gobernara sin sobresaltos lo que quedaba de legislatura. La legislatura del gran fracaso político del todavía presidente. Ni por esas. El PSN perpetró bajo su exclusiva responsabilidad la toma en consideración de una norma que sólo va a servir para que los contribuyentes subvencionemos en mayor medida la penetración ideológica que se apoya en el euskera. Justo lo que se me dijo que se podría evitar pagando el precio de la traición a los compromisos que nos eran inherentes a quienes hasta hace un año componíamos UPN.
En medio del fárrago aparece un providencial e ingenuo CDN, mera figura de atrezzo en la sordidez de esta obra. El show de llevar al Parlamento los decretos de cese de los consejeros convergentes –propio de una república bananera, todo sea dicho- distrae la atención de lo principal. Lo que se supone que correspondía al momento era mandar a esparragar a los socialistas, los verdaderamente decisorios en la votación. No ocurrirá. Jiménez seguirá siendo quien tome las decisiones importantes y marque la pauta política de una Navarra que se arruina económicamente, se depaupera políticamente y carece de una opinión pública lo suficientemente tajante como para parar tanta sandez. Quienes se parapetan tras las llamada gobernabilidad lo hacen para encubrir cualquier cosa y para no comprometerse con la decencia intelectual y actitudinal que la política debería merecer. Gobernabilidad es modificar la ley del vascuence, no saber qué hacer con los presupuestos, ofrecer espectáculos bananeros y mantener al ejecutivo en una crisis permanente de mediocridad. La gobernabilidad eres tú, Roberto. La gobernabilidad eres tú, Miguel.
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